miércoles, 13 de junio de 2012

MITOS Y LEYENDAS



LEYENDA


La Sirena del Río Uruguay

Pariente lejano de la sirena mitológica, un ser solitario y grotesco asoma de tanto en tanto en la superficie del río Uruguay.

Brindamos la cuarta y última entrega de nuestro espacio dedicado a Salto dentro de las leyendas urbanas, gracias a la colaboración de Diego Moraes. Tras la publicación de "La aparecida de la Ruta 3", "El fantasma de Horacio Quiroga" y "Los ovnis de la Aurora", Diego nos introduce en una historia con rasgos mitológicos.El mito de la sirena del Río Uruguay es una de esas clásicas leyendas que desde tiempos inmemoriales seduce la imaginación de los hombres de todo el litoral oeste del país, e incluso de aquellos que habitan todavía más hacia el sur de la República, pues es evidente que la famosa sirena del Río de la Plata, sobre la que misteriosamente refieren algunos pescadores montevideanos, no es sino la mismísima ninfa de aguas dulces en una de sus excursiones más alejadas. Con todo, es probable que en ningún otro sitio como en Salto esta leyenda posea tantas anécdotas y testimonios que den prueba de su existencia. 

Pese al ostensible nombre de esta bestia, la sirena del Río Uruguay es un animal que apenas recuerda a su congénere de la mitología clásica. 

Una diferencia notoria proviene de las apreciaciones fisonómicas de cada una de estas especies. Las sirenas de la antigüedad helénica fueron seres de forma híbrida, que de la cintura para arriba asemejaban unas hermosísimas doncellas de largas cabelleras y de formas voluptuosas, mientras que de la cintura para abajo eran unos peces gigantescos. En cambio, la sirena del Río Uruguay no es un mero complemento entre una especie humana y otra animal, sino tal vez un híbrido indeterminado entre ambos términos. Se sabe que tiene extremidades, pero éstas no son los tiernos brazos de una náyade, sino unas especies de tentáculos provistos de largas garras y de aletas. Hay también consenso en que tiene abundantes cabellos, pero éstos no son finos y delicados, sino verduzcos y pinchudos como si se tratara de un puñado de bigotes de surubí. Sus ojos son amarillos y saltones, como los de un sapo, y no toleran la luz. El conjunto del monstruo da la impresión de un axolote enorme, pero cuyas facciones evocan, lejanamente, rasgos humanos. Su piel, brutalmente salpicada de erupciones, es de un color gris piedra que le permite un camuflaje sin igual en las oscurecidas aguas del río. 

Otra diferencia importante es que al tiempo que las sirenas sobre las que nos refieren los relatos de la mitología y la epopeya clásica siempre avanzan en grupos, verdaderos harenes fantásticos de seductoras marinas, la sirena del Río Uruguay, en cambio, es un ente tristemente solitario. Es probable que se trate del último espécimen de su raza. La pobre criatura vaga de aquí para allá, desamparada, sin otra compañía que la corriente del río y la ocasional cercanía de otros peces que el azar de las aventuras pone en su camino. 

Pero tal vez la principal diferencia entre la especie helénica y la sirena del Río Uruguay -a quienes conviene reconocer, sin embargo, como parientes muy lejanas-, es la absoluta disparidad entre sus respectivos comportamientos en relación a los humanos. Las sirenas de la antigüedad clásica encontraban singular deleite en provocar la desgracia y la muerte de los hombres. Sus hermosas melodías y sus hipnóticos cantos atraían la atención de los navegantes, que descuidaban el curso de sus naves y las estrellaban así contra los arrecifes, pereciendo toda la tripulación en las aguas. Por el contrario, la sirena del Río Uruguay es un ser absolutamente pacífico, y más que bonachón, casi inocente, que nunca ha causado y es previsible que no causará jamás daño a nadie. 

Puesto que, como se dijo, se trata de un ser solitario en extremo, posee, eso sí, una gran curiosidad. Pero es de un carácter tan arisco y huraño que toda vez que se acerca a un humano, y es percibida por éste, la sirena se zambulle de súbito en las aguas y huye despavorida, como si la sola idea de ser contemplada por los ojos de la gente le provocara un estremecimiento más poderoso que su osadía de mostrarse. 

Desde que los practicantes de la religión afro-umbandista instalaron en la playa Las Cavas una bellísima escultura de Ie-Manjá, los avistamientos más frecuentes de la sirena en la ciudad de Salto se produjeron precisamente en esa zona del Río Uruguay. Muchos de los devotos de esta diosa, que habitualmente se acercan a la costa del río a realizar sus rituales y a presentar sus ofrendas de flores, velas y animales, juran haber divisado más de una vez a la "Madre de las Aguas" saltando a lo lejos, o a veces también paseando en una barca, vestida con sus conocidos atuendos de colores blanco y turquesa, su silueta recortándose en el espejo de plata de la luna. Estas visiones me fueron confirmadas también por algunos de los muchachos del cuerpo de Guardavidas de la Intendencia que en las épocas del verano custodian las playas salteñas. Hacia el atardecer, cuando van a recoger las boyas de seguridad, se ven a menudo espantados por el súbito borbollón de agua que, en su torpe desplazamiento por debajo de la chalana, produce la sirena al pasar. 










MITOS


1. El primero es el mito, o, si ustedes lo prefieren, la mentira, de la falta de condiciones históricas o materiales para un régimen de libertad. La democracia sería solamente un lujo de ricos. En países carentes de tradición democrática -se dice-, la dictadura militar es un mal necesario para evitar que minorías activas se adueñen del poder. En esta categoría entran todas las distinciones corrientes que se hacen entre los regímenes de fuerza, llamando totalitarias a las dictaduras hostiles y autoritarias a las dictaduras amigas. Pero resulta que la doctrina conduce al apoyo directo o indirecto (más lo primero que lo segundo) a una dictadura que, como la uruguaya, rige en un país con una férrea tradición democrática, donde lo anormal, lo no nacional, es precisamente la dictadura. Sería preferible, pues, limitarse, en estas materias, a los criterios empíricos de conveniencia que a menudo inspiran (acertadamente o no) las relacionesInternacionales que tratar de someterlas a amparos doctrinarios que poco las ayudan.
2. El segundo mito es el del terrorismo, que se expresa así: la dictadura militar surge como respuesta al desarlo del terrorismo o la guerrilla. Constituye la inevitable y necesaria respuesta defensiva de un Estado amenazado en la posibilidad misma de la convivencia social.
También aquí resulta claro que la gerieralización sólo puede obedecer a inexcusables errores de información o a un deliberado propósito de engañar. Uruguay padeció, especialmente durante los años 1970 a 1972, un episodio de guerrilla urbana que, aunque protagonizado por un escaso número de individuos, conmovió, profundamente al país
Un enemigo inexistente
Pero sin entrar a analizar los métodos que se utilizaron para ello, lo cierto es que las Fuerzas Armadas aplastaron absoluta y definitivamente la organización guerrillera, según lo señalaron en un comunicado que emitieron celebrando su victoria. Varios meses después se instaura una dictadura para luchar contra un enemigo que ya no existe. Desde 1973, en Uruguay no ha estallado una simple bomba o petardo, o se ha pintado un muro o se ha distribuido una sola hoja de propaganda emitida por la guerrilla.
Allí, desde hace diez años, el único que secuestra o aterroriza o maltrata es el Gobierno, y el único terrorismo es el terrorismo de Estado. Nunca hubo razón, pues, pero ahora ha desaparecido también el pretexto.
3. El tercero es el mito de la ineficacia. Se afirma que en los países pobres del Tercer Mundo se requieren Gobiernos fuertes para resolver con autoridad y rapidez los problemas quederivan de economías intrínsecamente débiles. Dejo de lado las falsas asunciones que esta afirmación da por supuestas; que las causas fundamentales de nuestros problemas económicos sean exclusivamente o fundamentalmente internas, que las dictaduras militares son eficaces de por sí, que los Gobiernos democráticos sean intrínsecamente débiles,
Aun prescindiendo de ello, nos basta, para demostrar la falsedad del aserto, remitirnos a la prueba que emerge de la experiencia concreta; al instalarse el Gobierno dictatorial, mi país tenía una deuda externa de 720 millones de dólares; ese fue el coste de la construcción del país, de la creación de nuestra infraestructura económica, vial, educacional y sanitaria, y de atender a nuestras periódicas crisis de comercio exterior. Hoy, los 720 millones se han convertido en 4.500, para un país de menos de tres millones de habitantes, que exportó el 10% de su población total. Teníamos -se decía- una burocracia excesiva: hoy es incomparablemente mayor, en términos absolutos y relativos, pero le sumamos una de las más onerosas burocracias militares del mundo. No puede haber Gobierno más ineficaz que el que mi país soporta. Es ineficaz de por sí, pero a esa ineficacia intrínseca se agrega la que deriva de la total ausencia de controles y además las que emanan de la certificación pública de su ilegitimidad y su falta total de representatividad.
4. El cuarto mito es el del consentimiento tácito. Este es un argumento que se emplea a menudo para justificar la existencia de dictaduras militares: las presuntas mayorías silenciosas, la falta de oposición visible. Nunca olvidaremos el desconcierto que nos causó hace algunos años una manifestación pública de la Embajada de, Estados Unidos en Montevideo afirmando que en Uruguay "la única oposición visible viene de la Embajada de Estados Unidos". Es cierto que nunca tuvimos oportunidad de advertir dicha oposición, como también es cierto que la oposición de los uruguayos se castigaba con cárcel, lo que obligaba a que no fuera muy visible. De cualquier forma, ahora están contados, y contados por el propio Gobierno; de cada cien uruguayos, 83 manifestaron expresamente su deseo de que el Gobierno se vaya, y los otros diecisiete no dijeron expresamente su deseo de que se quede.






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